lunes, 7 de noviembre de 2011

Resumen: “La independencia y las clases sociales: un ensayo de interpretación”

En lo referente a la periodización de la lucha por la independencia, hemos tomado como su inicio el año de 1804 porque consideramos que “la bárbara Ley de Consolidación”, que se emitió a finales de ese año, presupone el momento en que la crisis del sistema colonial español incide en la formación socioeconómica novohispana y lleva a sus habitantes a reflexionar sobre las conveniencias e inconveniencias de seguir vinculados, a un proceso europeo que les es ajeno (deudas estatales crecientes, crisis financieras constantes y emisiones torrenciales de papel moneda que se deprecian), y que se les ha vuelto amenazador y destructivo. Las reflexiones sobre sus diferencias los llevan a protestar contra la implantación de las medidas reales que les aumentaban desorbitadamente la carga económica que implicaba su dependencia de la monarquía hispánica. Conciencia de sí que los llevó a la acción para sí (conflictos clasistas de por medio y sus diferenciadas alternativas en los medios pero no en su finalidad independentista), a partir de julio de 1808.
La primera etapa del proceso de la independencia se inicia en 1763 denominado las reformas borbónicas.  Las reformas borbónicas, en una primera fase (1763- 1771), fueron aminoradas ante la resistencia del bloque dominante en el gobierno virreinal. En una segunda fase (1771-1785) se restableció el equilibrio de poderes en el gobierno virreinal y se preparó el equipo de ilustrados que, en la tercera fase (1786-1796), llevaron a cabo la conclusión de las tareas reformistas.

En la segunda etapa, que iniciamos en 1796 denominado la crisis del sistema colonial español, las condiciones predominantes fueron los conflictos internacionales entre las potencias europeas (Francia e Inglaterra, básicamente) y la subordinación española a la dominación burguesa emanada de la revolución francesa de 1789.

El significado que tuvieron las dos etapas anteriores en la formación socioeconómica novohispana, la recuperación de la población indígena en el siglo XVIII, aunada a la reorganización de la explotación minera, benefician a los propietarios de las haciendas. La nueva política comercial y el florecimiento de los centros urbanos estimulan la inversión de parte de las utilidades mineras y comerciales en la agricultura comercial y van transformando las estructuras socioeconómicas de la hacienda en las zonas más pobladas y ricas.

Las clases dominantes novohispanas tenderán a resistirse ante los cambios y a integrarse con dificultad a las nuevas realidades. El monopolio comercial se vio obligado, ante la masiva presencia de un nuevo tipo de comerciantes, a invertir sus ganancias en la minería y la agricultura comercial.
La Iglesia, como terrateniente urbana y rural y como partícipe de los crecientes beneficios de la agricultura (a través del cobro de diezmos, primicias, censos e intereses hipotecarios), aumenta su riqueza y poder, convirtiéndose en blanco de la política reformista que tiende a limitar sus inmensos privilegios y a secularizar la vida social novohispana

Estas situaciones y sus acciones provocan la expansión, en el último tercio del siglo XVIII y primeros años del siglo XIX, de la economía novohispana que converge en el desarrollo del mercado interno. Se generan nuevas formas de división del trabajo y surgen
nuevas clases sociales. La diferenciación étnica y las corporaciones juegan un papel importante, pero en última instancia subordinado a la lucha de clases. Al hablar de capitalismo en esa época debemos tener en cuenta que éste se encuentra en una etapa inicial de su desarrollo y que por eso la burguesía es una clase incipiente, todavía débil, heterogénea y dividida.

Las clases trabajadoras son más explotadas y las clases dirigentes (criollas) desean todo el poder para ellas; por tanto se hace necesario distinguir entre una revolución de la prosperidad -para el poder- y una revolución de la miseria para el bienestar.
Durante la lucha por la independencia (1808- 1842) destacan cuatro corrientes que se disputan el poder y los destinos de la revolución; se trata, en realidad, de cuatro grandes clases:
 Colonialista, Conservadores, liberales y popular revolucionario.

Hidalgo y Morelos encabezan una revolución social que deviene en una alternativa democrático-burguesa que provoca una división interna del movimiento independentista y discusiones tácticas entre los dirigentes revolucionarios que quedaban sin resolver en el momento más agudo de la crisis (Hidalgo versus Allende y Morelos versus Rayón), pero fracasan a final de cuentas por la resistencia de los partidos unidos ante la reacción colonialista, el conservador y el dividido liberal.

Unidad y diversidad en los partidos independentistas son los factores que se encuentran inmersos en la dualidad del proceso: a) revolución por la independencia y b) independencia sin revolución. En esta etapa, los intereses de clase predominan sobre la conciencia étnica, la cohesión de las corporaciones se ve sacudida por el impacto de la lucha de clases, la reacción colonialista y la aristocracia conservadora criolla hicieron causa común contra la revolución social, pese a sus profundas desavenencias.

 A los fracasos de las alternativas del partido conservador y liberal, se debe agregar la forma en que se deriva hacia el llamamiento del partido popular revolucionario. El “Grito de Dolores” dio lugar a un primer planteamiento: lucha de “americanos” contra “españoles”, o sea un llamado al levantamiento nacional de todos los partidos independentistas afectados por el dominio colonial empezando por la gran propiedad criolla hasta las masas desposeídas.

La precisión del programa revolucionario y la profundización social de la revolución estaba en proporción inversa al desarrollo de las operaciones militares de la guerra. La ideología del movimiento expresa con claridad sus dos componentes: las aspiraciones campesinas que adoptan formas mesiánicas y religiosas y el liberalismo radical de los revolucionarios pequeño burgueses.
La envergadura del ejército revolucionario y sus éxitos en las operaciones militares conllevan a la claridad programática de esta corriente en México.

Causas, fuerzas motrices y lugar histórico permiten caracterizar las convulsiones de 1810 a 1824 como una revolución de independencia llevada a cabo en forma de guerra de liberación y que en sentido socioeconómico representa una revolución burguesa no acabada y desarrollada sólo en embrión. Se trató de una revolución sin la hegemonía de una burguesía madura: en las condiciones del feudalismo colonial la burguesía no pudo completar el salto necesario para su propia revolución, de clase en sí a clase para sí.

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